domingo, 12 de junio de 2011

COLABORACION


El primer problema lo tenemos con el propio concepto de colaboración, el cual tiene diferentes significados según contextos y ámbitos de conocimiento, y, por tanto, es difícil acotar una definición sin contextualizarla en sus mínimos detalles.


En el contexto de la Red para un número importante de personas, cuando se refieren a la colaboración, están hablando de tecnología, están hablando de la Web 2.0 y sus herramientas. Y eso es parte del problema porque algunos piensan que con que introducir la Web 2.0 en las organizaciones ya se está desarrollando un espíritu colaborativo. Una premisa que, en mi opinión, es falsa porque las herramientas y tecnologías no crean colaboración si las personas que las usan no poseen una cultura colaborativa previa o están “predispuestas” a asumirla.


El hecho de que en la Red han surgido iniciativas colaborativas entre los usuarios, Wikipedia es el paradigma, no quiere decir que en las organizaciones se estén produciendo con la misma intensidad porque no debemos perder la perspectiva de que la cultura organizacional es una derivada de la cultura social dominante, lo contrario es predicar de determinismo tecnológico.


 Nuestra cultura social dominante, la que vivimos día a día, la que esta omnipresente en todos los medios de comunicación, sean éstos los tradicionales o los medios sociales propiciados por la Red, está orientada a magnificar al personaje de éxito como individuo, sea en el campo de la empresa, la política o el entretenimiento.


 Una cultura social donde predomina, como discurso, el darwinismo social, es decir, el que está arriba en la escala socioeconómica es el más adaptado el más “brillante” como las estrellas. Sin embargo, salvo excepciones, es un mito porque la mayoría de los individuos que alcanzan el éxito es gracias a la ayuda y el trabajo, directo o indirecto, de otros individuos.

La cultura de las “estrellas” es la antítesis de la cultura de la colaboración y está asentada en la cultura de la competitividad del sistema socioeconómico dominante. Compiten las organizaciones para dominar segmentos del mercado, pero también compiten las ciudades, los países, las universidades y las personas en su carrera profesional y social.


Una competitividad que impregna la cultura social donde conceptos como el “ascenso en la pirámide social” o el “techo de cristal”, esa superficie superior invisible y difícil de traspasar en la carrera profesional, están a la orden del día, y obviamente no forman parte de una cultura colaborativa, en el sentido de la contribución de un conjunto de individuos para la realización conjunta de un trabajo o tarea para el logro de un fin común creando valor.


El hecho de que, en determinados momentos, colaboren organizaciones y personas para lograr un fin común, son excepciones estratégicas y tácticas.

La cultura organizativa actual dominante está basada en la coordinación con un modelo de mando y control, entendiendo ésta como la acción y efecto de disponer elementos metódicamente y esfuerzos para buscar un objetivo común con arreglo a un modelo organizativo determinado que implica: liderazgo basado en el mando y control, grupos de personas con tareas definidas y procesos, entre otros aspectos.


En este modelo organizativo el elemento clave son los procesos que en definitiva son un conjunto de actividades, la gran mayoría estandarizadas, encadenadas unas con otras y con secuencia lógica, donde intervienen grupos de personas especializadas con el objetivo de obtener un resultado final de valor añadido en base a distintos elementos y que requiere una cooperación predeterminada entre los distintos grupos de las personas asignados a las actividades para garantizar el correcto funcionamiento de los procesos.


Esta cultura organizativa está asentada en una sociedad cuya cultura social ha ido reforzando, con el tiempo, el “mando y control” en casi todos los ámbitos y donde se potencia el “pagar” a unas pocas personas para pensar, mandar y controlar, y al resto para ejecutar las ordenes.

Es cierto que hoy en día empezamos a encontrar algunas organizaciones, no muchas, donde se están asentando estructuras menos jerárquicas con un liderazgo más proclive a abrir vías de participación en las decisiones con el objetivo de crear un valor mucho mayor aprovechando y, por tanto, potenciando, las capacidades de las personas en entornos cooperativos donde se premia la colaboración para lograr fines comunes. Entornos donde las personas saben que sólo siendo solidarias permitiéndose ser ayudadas y ayudando, obtendrán la finalidad deseada.


Queda mucho camino por recorrer para que el modelo en las organizaciones sea más participativo, abierto y transparente y verdaderamente centrado en las personas.





“Yo nunca pienso en lo difícil que puede ser un obstáculo simplemente lo supero.”


Vince Lombardi

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