lunes, 31 de agosto de 2009

TANTO QUE SE PASA


















Eso de que te den de más, compromete y te cuesta caro.

Te compromete.- Además de comprometerte, te deja con un sabor amargo en la boca.

Recuerda los asalta-parabrisas que te sorprenden en los semáforos. Te brincan arriba del auto y a gran velocidad, a veces entre dos, te limpian el parabrisas con eficiencia. Este acto se traduce, inevitablemente, en darles algunas monedas aunque sea a regañadientes.

Y el sordomudo que te da un llavero junto con una notita que dice que el llavero es tuyo, pero que agradecería le dieras cualquier cosa de dinero.

Una bella mujer te da una rosa y te sonríe. La aceptas sonriéndole de regreso y acto seguido te pide dinero para alguna causa.

Te invitan a una cena de langosta, completamente gratis. Vas y te encuentras que es una trampa, que es una táctica de la industria de Tiempo Compartido para comprometerte a que les escuches su discurso y su acercamiento de ventas. Ni modo, ya te comiste la langosta.

Te invitan a un torneo de golf organizado por una de las grandes marcas de automóviles. Te dan barra libre, regalos, cena, entretenimiento. En medio de la fiesta te hablan de su marca; tú gustoso escuchas porque parecen tener derecho. A los 3 días te hablan para venderte.

Hace ya tiempo andaba perdido en mi automóvil y le pedí direcciones a un agente de tránsito. Al principio me dio desconfianza por su aspecto medio criminal, pero él se afanó en solucionarme el problema; con entusiasmo me dio detalles y fue cortés; me pareció un profesional. Le di las gracias y cuando estaba ya a punto de irme me pregunta: “Oiga señor, ¿me echa un aventón? Yo también voy para allá”.

Enmudecí. Sin duda era un delincuente; debí negarme a subirlo a bordo e inventar cualquier excusa, pero me sentí desarmado y tomado por sorpresa. Le dije que sí. Le miré la pistola mientras se subía al auto.

En otro sentido, una feminista me explicaba que todos los gestos de caballerosidad de los hombres para con las mujeres, tiene una clara intención: manipular a la mujer para llevársela a la cama. Abrirle la puerta, darle el paso, ponerse de pie; todo esto es con fines de control y para generar una especie de adeudos con el hombre. La tesis: a caballerosidades se acaba por comprometer a la mujer; los embates de atenciones tienen intenciones.

Tiene que haber un principio casi genético de reciprocidad: si te dan, te sientes obligado a dar de regreso. Si no lo haces, te da culpabilidad. Antropológicamente quizá es: si yo te ayudo, tú me ayudarás de regreso; si nos mantenemos juntos y nos apoyamos, la tribu sobrevivirá.

Este principio también parece aplicarse en los productos y servicios. Existe la creencia, emanada de la proliferante competencia por los bolsillos del consumidor, de que si te dan más, de que si se cargan de atributos y multiplicidad de funciones, entonces el consumidor apreciaría el esfuerzo y te preferiría.

Te Cuesta.

- Todo este “recargue” de atributos y funciones eleva el precio del producto. El resultado: nos llenamos de productos sobre-invertidos en capacidades y subutilizados en la práctica.

Además de costarte, esto te deja confundido.

Por ejemplo, existen teléfonos celulares que integran: cámara con capacidad de editar fotos; un organizador-agenda para programar citas, llamadas telefónicas, recordatorios; reloj despertador, grabadora, calculadora; capacidad para timbrar de formas diferentes dependiendo de quién sea la llamada; identificador de llamadas, navegación por Internet, envío y recepción de mensajes cortos escritos y auditivos; posibilidad de bajar y reproducir música y video, entre otras funciones más.

Sólo un grupo apasionado por la tecnología, dígase nerds o geeks, se acercarían a utilizar el producto a plenitud. Lo que hay es un gran grupo de consumidores que sólo se limitan a la función de recibir y hacer llamadas telefónicas y mensajes, utilizando algo así como un 20% de las funciones.

Si hubiera una compañía de telefonía orientada a diseño y limitara sus funciones a lo básico pero que a cambio trasladara los ahorros al consumidor, podría ser una innovación genial.

Este mismo software de Word con el que escribo, me atrevo a decir que sólo utilizo un 30% de su capacidad. Y ni para qué hablar del Excel.

Estamos sobre-empacados. Queremos poseer bienes con funcionalidades de más y nos dejamos seducir, pero a la hora del uso acabamos agotados y perdemos interés (Defying Future Fatigue, Rust, Thompson, Hamilton).

Resumiendo: el dar más enfrenta eventualmente a la Ley de Rendimientos Decrecientes. Empaquetar funciones acaba por sacrificar la facilidad de uso, incrementa el dispendio de energía adaptativa, y nos hace pagar más caro los productos.

No es dar más. Es dar preciso y conforme al mercado meta.

“No es lo que eres lo que te limita, sino lo que crees que eres”

Seneca

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