Viene de arrogantia en latín, asociado a asumirse, insolencia, apropiarse; soberbia o actitud de la persona que se cree superior a los demás. Esta postura parte de que el enemigo es inferior y el lema es: no te molestes. Por eso la caída del arrogante es la más grande, porque se cataliza justamente en la plenitud del éxito, allá, en lo más alto del vuelo.
Hace miles de años Dédalo, un inventor atrapado en la isla de Creta junto con su hijo Ícaro, se dispuso a fabricar unas alas para escapar por los aires. Antes de alzar el vuelo le advierte a su hijo: “Ícaro, si vuelas demasiado alto el calor derretirá las alas”. Se elevaron pero Ícaro, emocionado con su nuevo poder, se dispuso a hacer piruetas y a volar cada vez más alto; hasta que sus alas se desmoronaron, cayó del cielo y murió.
Hace pocos años, el Titanic, “el barco que ni Dios podía hundir” se convirtió en la más famosa tragedia marítima. Curiosamente se nombró en honor a los Titanes que fueron derrocados por Zeus y sus hermanos. Lo asociado a lo titánico trae una connotación derrotista implícita. Lo titánico se excede, se va de más y se desmorona, el hybristikós tiene vigencia corta. Inflarse y creerse Titán es el principio de la caída.
Es que conviene ver a la arrogancia no en su dimensión moralista, sino en las implicaciones que tiene para la toma de decisiones y los riesgos que representa.
La arrogancia puede tener diversos orígenes.
Primero porque los directivos se alejaron de la realidad y se acostumbraron a una posición privilegiada, allá en lo alto. Despachar desde el trono con el tiempo te aísla, te encapsula, y quedas en manos de la multiplicidad de versiones que te presentan los segundos y terceros de abordo; presentan lo bueno, lo malo lo maquillan, y el ego se infla.
Segundo, porque efectivamente le ha ido bien a la empresa y le han ganado sistemáticamente a la competencia, el corolario asumido es: si eres líder, el número uno, quizá signifique que eres superior.
Tercero, porque, independientemente del grado de éxito, en realidad te sientes inferior y tu psique compensa. A la primera victoria limpia, el psique se aferra a ella como oportunidad para compensar el sentimiento de inferioridad. El complejo de superioridad está conectado al de inferioridad; son el mismo continuo manifestado en formas y momentos diferentes.
Como dice el dicho popular: el complejo va por delante. C. G. Jung describe cómo trabajan los complejos: “intervienen con las intenciones y la voluntad del individuo; afectan el desempeño consciente; producen disturbios en la memoria y bloqueos en el flujo de asociaciones; aparecen y desaparecen según sus propias leyes; pueden provocar obsesiones, influir en el habla y en las acciones; todo de manera inconsciente. En una frase: los complejos se comportan como seres independientes”.
Y no toda la arrogancia se alcanza a ver a primera vista, también se manifiesta en la toma de decisiones: excesiva auto-confianza, poca consideración de la competencia, nulo interés a considerar elementos que van en contra de la imagen actual, no se soporta el menor cuestionamiento.
El complejo, porque es inconsciente, se fortifica a través de la represión y rebasa a tu consciencia, se le adelanta a tu intelecto y a tu sensibilidad. Si lo ignoras (yo así no soy), éste acaba por dominarte. Hablaré con más detalle sobre este tema en el pecado 8: Negación.
La empresa arrogante es ciega. Como ve al mundo bajo una perspectiva de superioridad, entonces sólo ve inferioridad; sobreestima sus fortalezas, subestima sus debilidades y al competidor.
La empresa arrogante es sorda. No escucha al mercado. Ignora o minimiza los comentarios de los clientes, prospectos y proveedores. La empresa arrogante se queda sin olfato y desconecta a la intuición. Los insights, aquellos ángulos intuitivos que se recogen del mercado y que son semillas de grandeza, no los “huele”; la voz interior, esa que dice desde tus entrañas que vas por buen o mal camino, está amordazada.
La empresa arrogante se hace inflexible; al contrario, pide se adapten a ella, incluso el mercado.
La empresa arrogante es burlona. Ve al competidor para abajo y se la vive señalando sus errores y deficiencias. Vive en una posición existencialista que dice: “yo estoy bien, si demuestro que tú estás mal”. No hay auto-crítica.
¿Cómo lidiar con la arrogancia? Como en la mayoría de los 8 pecados, una gran crisis, real o inventada, ayudará a reenfocar la energía.
Si el líder percibe que la arrogancia empieza a infectar a la empresa y él todavía está a tiempo, podría:
• Separar las empresas/proyectos por centros de negocio. No consolidar resultados para que las iniciativas estén evaluadas directamente.
· Llevarle cuentas separadas al mejor producto, al “gallo” que mueve a la empresa, al mejor proyecto o servicio, para que se clarifique la visibilidad del resto de los elementos.
· Presentar resultados, internamente, sin considerar al 20% de los clientes más rentables.
· Invitar a clientes y/o proveedores a tus juntas, que abiertamente digan lo que les gusta o no les gusta de tu empresa. Dales fuerza y visibilidad.
· Salir de la rutina, ir a conocer industrias en otros países.
· Seguramente apreciarás que tu modelo de negocio ya está cambiando.
· Pedirle a todos los directivos que salgan a visitar clientes.
· Enfocarte a tus líneas de producto de menor crecimiento o de mayor decremento; lo mismo con tus segmentos de clientes.
También hay que traer gente de fuera, que sacuda al barco, que catalice esquemas, y no la sacrifiques a la primera de cambios, porque eso es justamente lo que la organización querrá hacer.
"Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan poco, eres tú demasiado exigente y hambriento; el mundo te rechaza: tienes para él una dimensión de más".
Herman Hesse, de "El lobo estepario"
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