lunes, 16 de mayo de 2011

EL LIDERAZGO ETICO COMO RECURSO RENOVABLE


Los últimos años han sido pródigos en la incorporación generalizada de conceptos relacionados con el liderazgo ético en la gestión de organizaciones. 


En efecto, la demanda social de liderazgo ético parece que no para de crecer, aunque muchos seguimos teniendo la percepción de que la oferta de ética en la gestión no alcanza esos mismos elevados niveles en el mercado.


Por otra parte, también hay que subrayar que el liderazgo ético se configura en nuestros tiempos como un modelo a poner en práctica dentro de un mundo que intenta evolucionar hacia la plena interconexión en lo que concierne a organizaciones, personas y conocimiento. Además, dentro de este panorama, la sostenibilidad se convierte en un fuerte valor que no hace sino incrementar la necesidad de extender en la realidad un conjunto de buenas prácticas que nos permitan hablar, de forma consistente y realista, de liderazgo ético.


Es más, los últimos años han estado dominados en el plano internacional por una crisis financiera global, cuyos dudosos orígenes han acrecentado el deseo generalizado de líderes que fundamenten sus objetivos, sus estrategias y sus acciones cotidianas en valores reconocibles y con cierto grado de universalidad. Incluso, ya en muchos ámbitos comienza a defenderse con vehemencia que la gestión mercantil basada en valores aporta una ventaja competitiva, al menos en los mercados que se localizan en el primer mundo. Todo ello se encuentra íntimamente relacionado con los conceptos de responsabilidad social de la empresa (RSE) y con la perseguida sostenibilidad global de las actividades productivas.


Entendemos que el liderazgo ético se define como un conjunto de buenas prácticas de gestión que, aplicadas a la consecución de objetivos empresariales, posee capacidad para crear valor añadido en procesos, productos, servicios y, sobre todo, en el propio capital humano. Expresado de otra forma, el liderazgo ético es un recurso humano renovable y, por ello, representa uno de los activos más eficientes, prácticos y operativos que una organización puede esgrimir e implementar en su acción cotidiana.


Los valores y las buenas prácticas corporativas, no solo producen efectos deseables en los empleados, en el mercado, en el entorno natural, en los proveedores o en los clientes. Es un hecho que los valores éticos solo aparecen en un contexto cuando van precedidos de una acción fundamentada en los propios valores de conducta. La práctica ética en la gestión posee poder para generar actitudes éticas.


Tal y como hemos mencionado con anterioridad, vivimos en un mundo cada vez más interconectado, en el que la interdependencia y el potencial para influenciar y ser influenciado ha crecido exponencialmente. Cualquier empresa que se consolide y crezca puede obtener una notable repercusión de sus acciones, de su cultura o de su estilo de gestión, ya sea por sus aspectos positivos o negativos. Este potencial para escuchar y ser escuchado antes solo estaba al alcance de organizaciones con elevadas cotas de poder o mercado.


Es una especie de círculo virtuoso del que rara vez llegamos a ser plenamente conscientes o a convertir en estrategia empresarial efectiva.




“Cuando quieras algo, ponlo en la mente y no te permitas dudar. Y cuando lo tengas claro, bájalo al corazón; cuando eso pasa, los pies solo obedecen.”

Karla Whelock

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