La idea de ver el bosque y no el árbol implica cierto nivel o posición. Allá en las alturas del nivel organizacional ya no se quiere ver el árbol porque existe la idea de que eso le corresponde a gente de “menos nivel”. Cuidado. Se pueden estar perdiendo oportunidades de negocio.
Una señal de progreso para algunos ejecutivos es la exigencia de que vean el bosque, lo general, y ya no el árbol, lo particular. La idea es que deben dejar el detalle, olvidarse del micro-management y ser más estratégicos (concepto que varía según el ejecutivo).
Como que algo pasa cuando la gente progresa. Ocurre en los corporativos y ocurre en los negocios familiares.
Pongamos el caso de un empresario mexicano que gracias a sus conexiones, su sangre ligera y su personalidad, levantó un próspero negocio de la nada. Su fortaleza siempre fue el trato con la gente y le gustaba hacer ventas de manera personal. Le fue tan bien que empezó a hacerse de equipo y se vio forzado a entrarle a cuestiones administrativas.
Pero el negocio creció tanto que ya no tenía tiempo ni para ver clientes. Construyó, probablemente sin darse cuenta, una barrera a su alrededor defendida por dos estrictas guardianes llamadas María y Eugenia, que fielmente le filtraban llamadas y citas sobre todo cuando se trataba de malas noticias.
Con el tiempo el negocio empezó a perder ventas y las quejas se dispararon. El dueño no daba pie con bola. No sabía por donde le venía el mal. Un día, cansado y confuso, empieza a hablar y a visitar a sus viejos clientes y amigos. Casi por unanimidad le dicen: “dejaste de hacer justamente lo que hizo grande tu negocio, desde que eres importante no te vemos ni el polvo”. Se alejó y delegó totalmente de la actividad que le dejaba dinero y que además dominaba, y se enfocó al manejo grande y a-la-búsqueda de los negocios.
Pero el negocio creció tanto que ya no tenía tiempo ni para ver clientes. Construyó, probablemente sin darse cuenta, una barrera a su alrededor defendida por dos estrictas guardianes llamadas María y Eugenia, que fielmente le filtraban llamadas y citas sobre todo cuando se trataba de malas noticias.
Con el tiempo el negocio empezó a perder ventas y las quejas se dispararon. El dueño no daba pie con bola. No sabía por donde le venía el mal. Un día, cansado y confuso, empieza a hablar y a visitar a sus viejos clientes y amigos. Casi por unanimidad le dicen: “dejaste de hacer justamente lo que hizo grande tu negocio, desde que eres importante no te vemos ni el polvo”. Se alejó y delegó totalmente de la actividad que le dejaba dinero y que además dominaba, y se enfocó al manejo grande y a-la-búsqueda de los negocios.
Eso de progresar y subir en la organización hace que se pierda información valiosa; tanta que resulta difícil saber si los problemas de las empresas se dan más por no ver el árbol o por no ver el bosque.
Un ejecutivo que le dedique un día al almacén o al piso de ventas quizás pueda absorber la misma información relevante que le tomaría meses y hasta años en asimilar a través de los reportes de los reportes de los reportes, elaborados por los subordinados de los subordinados de los subordinados.
Lo anterior quizás se pueda ilustrar mejor con el siguiente ejercicio: Imaginemos un círculo y ubiquemos al centro a la alta dirección. Esta posición favorece la visión de 360 grados y tiene a su alcance a todas las áreas de la empresa. Y algo más importante, la alta dirección controla la asignación de recursos. La gran desventaja que tiene es que está muy lejos de la acción y del cliente.
Ahora vayamos a las afueras del círculo, allá en el perímetro donde está el personal que tiene menos nivel pero que está en pleno contacto con el mercado. Este grupo de personas conoce al detalle lo que ocurre en la zona de relevancia y en los momentos de verdad. Escucha las quejas de los clientes y los chismes de los competidores. La gran desventaja es que no tiene la visión 360 grados y tiene poca influencia sobre la asignación de recursos.
Total, uno tiene lo que al otro le falta. Y lo peor, no hay entidad formal en la organización que se encargue de integrar las dos fuerzas.
El ejecutivo que conscientemente se esfuerce por ver el bosque pero también en ver el árbol y que nunca se olvide de él, tiene las siguientes ventajas:
1) Adquiere cualidades de adivinar el futuro. Los problemas más grandes de una organización aparecen meses y hasta años antes de que se conviertan en crisis. Para el ojo entrenado y el que se da el tiempo de ver el detalle y darle seguimiento a un proceso completo, se incrementan sus posibilidades para percatarse de problemas enormes en etapa de gestación.
2) Conoce lo que su gente, su activo más importante, verdaderamente piensa y siente. Hay algo de la cultura corporativa que le provoca esconderle problemas al jefe con el ánimo de no mortificarlo, por temor a que no maten al mensajero o simplemente para quedar bien. Pero cuando el jefe baja del Olimpo, observa, pregunta y se mete, rápidamente percibe la situación motivacional y cultural de sus empleados, además de obtener una retroalimentación menos contaminada por la política interna.
El grado de cinismo que el personal tiene hacia la alta dirección y las políticas y medidas que toman, se manifiesta en los libros y los comics de Dilbert, que han sido más vendidos que varios libros de Drucker, Kotler o Porter.
3) Cuenta con un departamento de investigación de mercados permanente. Hablar con los clientes constantemente genera inteligencia de mercados. Cuando un ejecutivo se siente demasiado importante como para hablar directamente con un cliente, incluso con el que está molesto, malo el cuento. Sacarle la vuelta y bajar el problema a niveles inferiores quizás sea el peor de los errores porque se deja ir información de gran valor.
Si se quiere tener una empresa enfocada y dinámica, no es posible separar y desasociar el pensar con el hacer.
Es cierto que primero hay que pensar y luego actuar; pero las mejores ideas vienen cuando se actúa para pensar.
“No hay ninguna cosa buena que no tenga su base en la razón.”
Seneca
Si se quiere tener una empresa enfocada y dinámica, no es posible separar y desasociar el pensar con el hacer.
Es cierto que primero hay que pensar y luego actuar; pero las mejores ideas vienen cuando se actúa para pensar.
“No hay ninguna cosa buena que no tenga su base en la razón.”
Seneca
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